jueves, noviembre 22, 2007

Mr. Burns y yo

Cena empresarial en un exclusivo hotel cinco estrellas de Buenos Aires. Por donde mire, ejecutivos trasandinos, brasileños y de otros países menos agraciados, elegantemente vestidos con sus trajes de marca y corbatas de seda (también algunas atractivas y ultraproducidas mujeres, pero para efectos prácticos de este post ellas no cuentan).
Se siente ese ambiente cargado a éxito, dinero y poder, que no deja de ser virilmente afrodisíaco (aclaro que yo estoy como invitado mediopollo no más).

En mi mesa, al frente, un joven ejecutivo versión más menuda, pero a mi gusto mejorada de Fernando González; unos puestos a mi izquierda, un sexy treintón, con un estilo mezcla de Olivier Martínez y un joven Andy García; un poco más allá, un medianamente maduro porteño fiel reflejo de la contribución noreuropea a los genes argentinos, con su pelo castaño rojizo, incipiente y sexy calvicie, y perfecto tono bronceado.

¡¿Y entre tantas atractivas posibilidades, a quién me toca a mí al lado?! A un vejete que era puro huesos y piel,
igualito al malo de Poltergeist II.
La verdad es como buen hombre de mundo, era bastante educado, buen conversador y todo lo que se quiera, pero mirando a los otros compañeros de mesa, no podía dejar de lamentar mi mala suerte. Porque si bien hay hombres ya entrados en años que son muy interesantes (se me viene a la mente un dentista de Integramédica Barcelona), éste claramente no era uno de ellos; salvo que uno tenga complejo de Mr. Smithers, y no es mi caso.

sábado, noviembre 10, 2007

Las Brutas

Fui a ver Las Brutas, y me dio pena. No todo el rato -de hecho, me reí bastante-, sino hacia el final; cuando Justa, Luciana y Lucía transmiten toda la desesperanza de la soledad y el implacable paso del tiempo… La tristeza de sentir que no vivieron; porque atrapadas en una cárcel de cerros y cielo inmensos, simplemente se limitaron repetir una y otra vez lo mismo, hasta que ya no sabían cómo o no se atrevían a escapar, sino de la forma más absoluta.
Terminó la función, me puse los audífonos para seguir escuchando las canciones de Rufus Wainwright, y me fui caminando por un Santiago adormecido, extrañamente lluvioso y fresco para la fecha.

jueves, noviembre 01, 2007

Remus constructor

El pasado fin de semana lo dediqué al prolijo aseo de primavera de mi pieza. Es el evento anual en que me armo de valor y procedo a botar cachureos juntados en el año o vestigios de épocas pasadas; desempolvar los estantes y los objetos ahí contenidos (libros, CDs, adornos y recuerdos varios); sacar todo del clóset (en su sentido literal, no figurado), aspirar y echar insecticida contra las polillas y arañas; limpiar los vidrios; encerar, reordenar los muebles… Terminé el domingo con las manos resecas y partidas (dolorosamente partidas) por la tierra acumulada, con las rodillas heridas por haber estado hincado echando cera al piso, adolorido entero, pero con mi pieza radiante de limpia.
No obstante, a la hora de hacer el orden me di cuenta que necesitaba un nuevo mueble pa guardar tanta cosa que me gusta tener a mano y aprovechar mejor el espacio, así que arrastré a mi familia a Homecenter (necesitaba el auto para transporte, yo no manejo).
Vi varias opciones de libreros y escritorios con repisas, pero al final elegí un estante de lo más mono; sencillo y elegante. Por supuesto, como fui con señora madre, igual terminé comprando más cosas (“Remus, mira, ese escritorio está más bonito y se ve firme… ¿estás seguro que no te gusta?... deberías aprovechar de comprar almohadas nuevas, las que tienes ya están muy gastadas… ¿¡pero cómo una!? lleva dos altiro… si están baratas… vamos a ver los plumones, el que tienes ahora da pena…").
En fin, todo este bla bla era el contexto previo para contar que cuando llegamos al auto y había que poner en la parrilla una de las cajas que contenía el futuro estante, mi padrastro y mi hermano ignoraron olímpicamente mi esbozo de ayuda y acomodaron todo por su cuenta. Obviamente el hecho no fue en mala, todo lo contrario; estaban preocupados de ayudarme, pero a la vez asumiendo que soy absolutamente nulo para todo ese tipo de cosas, y que dejarme participar habría sido un potencial estorbo.
Yo sé que la motricidad fina -y no tan fina- no es mi fuerte y que en general para todo ese tipo de labores, así como para solucionar los típicos problemas de enchufes, goteras, hacer asados, etc., etc., mi aporte es suma cero, pero por último igual podrían haber permitido que yo hiciera como que les ayudaba, por cortesía más no fuera.
Así que entre divertido con la situación, pero también medio herido en mi orgullo, no me aguanté e hice el comentario.
Mi padrastro se rió no más; mi hermano me quedó mirando con una expresión que decía “¿De verdad TU querías ayudar a guardar y asegurar todo? ¡Por favor!”; y mi mamá me abrazo y dijo “pero si usted no sirve para esas cosas; por suerte tiene cerebro”.
Gracias mamá, yo también te quiero.