A cuchillazos por la espalda
Hace unos días me junté con un amigo del gremio en uno de esos locales de José Miguel de la Barra; en uno ubicado en la vereda menos gay, para ser más preciso, ya que a los dos nos gusta mantener el “bajo perfil” (si es que eso es posible, siendo dos hombres disfrutando de un té en el Forestal).
En un momento fui al baño, y cuando salgo me encuentro a boca de jarro con otro conocido del chat con quien me junté una vez y hemos conversado otro tanto por msn. Todo bien hasta ahí; nos saludamos, yo continué mi camino a la mesa, mientras él procedía a ingresar al lavabo.
En eso veo que mi amigo está pagando la cuenta en el mesón y me hace señas para que rápidamente salgamos del local.
“Acaba de entrar un tipo que no soporto”, me dijo para explicar su comportamiento, mientras apresuraba el paso para alejarse del café. Yo lo seguía mientras, entre una serie de comentarios poco elogiosos hacia la persona que acaba de ver, me doy cuenta que está hablando del mismo sujeto que me saludó hace un momento.
Preferí quedarme callado y no decir que yo también conocía al personaje en cuestión –lo que me ratifica que si Santiago es un pañuelo, el mundo gay es una servilleta-, mientras trataba de entender por qué mi amigo parecía estar tan disgustado. Supongo que hubo una mala experiencia de por medio, y aunque reconozco que tenía curiosidad por saber más del asunto, opté por no averiguar. Seré curioso, pero también soy respetuoso de la privacidad de los demás.
El punto de todo este cuento, es que esa experiencia me reafirmó algo que parece que es muy común en el mundo gay: esa mala onda o mala leche que a veces se da entre los asociados a la isapre. Eso como de acuchillarse por la espalda, de hacerse malas jugadas, de andar inventando cosas unos de otros, en fin, les he escuchado esta misma crítica a varias personas, así que imagino que saben a qué me refiero.
Porque obviamente ahora siento que ese tipo que me saludó no es de trigos muy limpios. Y ésa es una de las situaciones que más me incomodan: no poder confiar cabalmente en las otras personas.
A ver, para ser justos, no creo que esta crítica se remita a una conducta exclusiva de gaylandia, ni digo que sea la norma, pero convengamos en que por las características del gremio –un tanto cerrado, por circunstancias obvias- como que este fenómeno se da más concentrado, o se nota más (elija usted señor lector).
No pretendo dármelas de santo tampoco. Yo también he caído en tonteras del tipo “oye, me caes súper bien, estemos en contacto” para luego olvidarme completamente del personaje, o bien pelar a algunos amigos (aunque ello saben que lo hago, porque se los he dicho).
Pero nunca he caído en acciones que busquen con toda intención y/o alevosía perjudicar o definitivamente dañar a otros.
Y puedo decir que afortunadamente nunca antes me tocó conocer o tratar en forma cercana a personas así. Mis amigos de infancia y de universidad –un mundo bastante protegido, debo reconocer- siempre fueron y son personas correctas y buenas. Por eso este otro escenario, que parece que es más común y que –reitero- no se circunscribe exclusivamente al entorno gay, pero es aquí es donde me ha tocado verlo ahora con más frecuencia, me descoloca.
Hasta aquí dejo el asunteque, pero queda la pelota dando bote.