lunes, abril 23, 2007

Volviendo a clases


Con motivo de un curso de capacitación promovido en el trabajo, tuve la oportunidad de volver por un tiempo a la universidad.
Fueron algo más de dos semanas en las cuales, después de la jornada de trabajo, tenía que partir a otras cuatro horas más de clases todos los días. Un periodo algo intenso, pero que disfruté a concho.
Me encantó volver –aunque fuera parcialmente- a esa dinámica de aprender cosas nuevas, de compartir con otros “estudiantes” y de hacer vida universitaria.


Al igual que mi manía matea de tratar de escribir hasta los suspiros del profesor, todo en párrafos perfectamente ordenados, destacando títulos y subtítulos, identificando bien cada día de clase con la fecha en el margen superior derecho de la página.
También volvió la preocupación por rendir pruebas, a pesar que el sistema de evaluación del curso era más bien una formalidad para cumplir con requerimientos Sence. Pero pese a estar consciente de ello, igual me ponía nervioso ya desde el día previo al examen, pues nunca me ha gustado sacar malas notas (ser el buen alumno del curso –y malo pa los deportes- fue el rol que me marcó en el colegio y sobre el cual se estructuró parte de mi personalidad).
Si bien llegaba tarde y cansado a casa, también retornaba contento.
Desde hace tiempo tengo claro que quiero volver a estudiar, y no por un afán de revivir mis años universitarios –porque tengo claro que ese periodo fue muy bueno, pero ya pasó-, sino por el deseo de reactivar las neuronas, de dejar un poco la rutina laboral en que he caído y plantearme nuevos desafíos intelectuales.
Eso es lo que me gusta: aprender, adquirir nuevos conocimientos y desarrollar la capacidad de interrelacionarlos.
Yo sé que tengo cerebro para eso, pero también siento que es una capacidad que actualmente estoy desaprovechando, y no quiero quedarme con esa sensación.
Si todo sale sin inconvenientes, este año pretendo terminar con unos compromisos financieros que me tienen algo limitado y de ahí… todavía no tengo lo tengo 100% claro, pero se viene un romper la inercia.
Este breve retorno a las aulas me despertó el apetito.


PD: Fui el mejor alumno del curso con un 97% de aprobación.
:)

(Fotos de Robert Doisneau)

sábado, abril 14, 2007

Time in a bottle

Ya que hablamos de recuerdos… Cuando era chico todos los veranos, en febrero, viajábamos al campo, a un pueblo al interior de Chillán.
Pero hace años que yo ya no voy; cada vez que iba me aburría mucho y lo único que quería era volver luego a Santiago.
Sin embargo, con el tiempo uno valora mejor las cosas –aunque también las idealiza-, por lo que hoy mantengo bonitos recuerdos de esas vacaciones.
Aprovechando que mis hermanos menores siguen yendo, le pedí al Mario que sacara varias fotos del lugar.
Aquí van algunas imágenes:

A eso de las 16:00 Hrs, cuando la posición del sol ya permitía algo de sombra, me gustaba caminar por el borde de esta alameda. Aprovechaba ese tiempo para imaginarme protagonizando aventuras como las de Robotech, buscando tesoros perdidos o inventando mis propios países, con su historia, ciudades y costumbres. Mientras lo hacía, gesticulaba y hablaba solo, lo que me generó cierta fama de “loquito” (no loquita, Ok).



A veces me quedaba mirando esos paisajes y me bajaban las ganas de ponerme a caminar y caminar, cruzar los prados y bosques hasta llegar a esas montañas que se observaban a lo lejos. Nunca lo hice, era un miedoso crónico.


La foto no es muy buena, pero el ocaso era increíble: todo de colores ocres y anaranjados, una brisa que obligaba a abrigarse bien, y un silencio sólo roto por el sonido de los animales y pájaros.



Me gustan las flores sencillas y de colores intensos, como este campo verde salpicado de azul.


Esta foto me encanta. Creo que antes era más común apreciar nubes de formas increíbles sobre Santiago, como los blancos y esponjosos cúmulos que ahora apenas se asoman sobre la cordillera. O quizá simplemente ocurre que ya no miro tanto el cielo como lo hacía antes.

lunes, abril 09, 2007

Romanos recuerdos

El otro día conversaba con un amigo bloguero sobre cómo en esta fecha, Semana Santa, me suele bajar la añoranza por retomar la senda de ser un buen y piadoso católico (no voy a dar la lata sobre ese tema, no se urjan).
Así las cosas, la plática derivó en un recuerdo de cuando viajé a Roma para el Jubileo por el año 2000.
Tocó la suerte que justo en esa fecha el Papa Juan Pablo II iba a realizar la apertura de la Puerta Santa de la basílica de San Pablo Extramuros, así que aquel día partí temprano a la iglesia, cosa de agarrar una buena ubicación.

(Nota del redactor: El año 2000 Remus era un buen joven católico apostólico romano, de inocentes 26 años, trabajador abnegado y para quien el sexo sólo era concebible bajo el sagrado sacramento del matrimonio, y con una mujer, obvio).

Bueno, ahí estaba yo, feliz esperando al Papa y contento, también, de participar de esa experiencia rodeado de personas de distintos lugares: familias italianas, peregrinos polacos, religiosas y seminaristas de distintos países, católicos de las más variadas razas. Un ambiente donde lo que imperaba era la alegría por compartir ese momento.
Seguí con profunda devoción toda la ceremonia, pero en el transcurso de la misa –logré colarme al interior de la iglesia-, mi atención se vio en cierta forma interrumpida por dos personas.
La primera, la ragazza más bonita que había visto. Tenía una melena larga, oscura y rizada, modos suaves, sonreía constantemente mientras conversaba discretamente con el grupo con el cual andaba. Mientras la veía de reojo, sólo se me ocurría pensar que sería dichoso si alguien como ella se fijara en mí.

(Nota del redactor 2: Por esos años Remus sufría de una timidez y baja autoestima casi patológica).

Sin embargo la atención por esta chica se vio menguada por otra persona: un ragazzo también de unos veintitantos y muy atractivo. No era alto, pero sí de un físico muy bien proporcionado, rasgos varoniles, pelo castaño y corto peinado en forma impecable, con elegante y formal vestimenta. Pese a toda su compostura, no se veía como alguien serio o distante, para nada; su rostro transmitía inteligencia y bondad. De hecho eso fue lo que me llamó la atención.
Seguramente ustedes pensarán que el joven italiano me gustó. Pues sí, pero de una forma distinta.
Reconozco que tras el impacto inicial, sentí cierta envidia. Lo observaba y una vocecita en mi interior repetía “que ganas de ser yo así”, y no me refería tanto a lo físico, sino a lo que transmitía como persona (recuerden la Nota del redactor 2). Si han leído Demian se pueden hacer una idea más clara de lo que quiero decir.
Por eso al poco rato, lo que decía esa vocecita interior ya no tenía importancia, pues surgía otro pensamiento más fuerte: me daban ganas de ser su amigo. Esa era la admiración que me generaba. Era el tipo de persona por la cual uno diría rebosante de orgullo “es mi amigo”.
Tras volver a Santiago ese sentimiento me acompañó muchos días, y cada vez que sentía que estaba haciendo o pensando algo incorrecto, me acordaba de él y me recriminaba por no estar a su altura.
Loco ¿no? En fin, mucha agua ha corrido bajo este puente desde entonces. Me salió medio disperso el post, pero es un bonito recuerdo que y me dieron ganas de contarlo.