jueves, junio 28, 2007

Post livianiiito

¿Tengo look de seminarista? Ya tres personas me lo han comentado en los últimos días. También me lo habían dicho antes, pero nunca con tanta frecuencia. Debo precisar que una me preguntó de frentón si era cura, lo que implica voy escalando en la jerarquía eclesial (es decir, los treintaitantos se están haciendo sentir).
¿Será por la barba que uso? digo yo. O quizá influye mi reciente corte de pelo, absolutamente antifashion, y que me da un toque de despreocupada inocencia.
En todo caso, al escuchar (o leer) tales comentarios, me limito a sonreír, gesto que hace que se me entrecierren o achinen más los ojos, al tiempo que bajo la mirada con casi estudiada, pero natural, mezcla de timidez y picardía.
Es que en el fondo me gusta coquetear y explotar el estilo de "chico bueno, pero quizá no tanto".
¡Dios, me estoy ganando el infierno!

martes, junio 12, 2007

De libros, chocolate caliente y otras cosas

No sé muy bien qué escribir. Como que no me ha pasado nada digno de contar, pero de verdad, no como otros blogueros (Julius) que dicen lo mismo y luego en cuatro párrafos relatan más experiencias que las que yo tengo en un año (bueno, tres meses, no seamos exagerados).
Ahora, en estos precisos momentos en que tipeo este post (martes 22:30 hrs.), estoy muerto de frío. Mi pieza es un congelador, y no saco nada con poner estufa, porque me gusta estar con la ventana entreabierta: no soporto el aire que huele a encierro, aunque sea a costa de andar abrigado casi como para una expedición al Artico.

Y a propósito de Artico, estoy leyendo Luces del Norte, de Phillip Pullman. Hace unas semanas se me puso entre ceja y ceja que quería leerlo, pero estaba agotado en todas partes. Sin embargo, como soy medio obsesivo, busqué y busqué hasta que di con una copia disponible en la Antártica del Alto Las Condes. Lo dejé reservado y el sábado lo fui a retirar (nota aparte, fue una odisea encontrar locomoción de vuelta al centro o por lo menos a Escuela Militar, todos los dichosos buses cuncunas del Transantiago pasaban llenos, ¡un sábado por la tarde!).
Seguramente este fin de semana tendré que comprarme el segundo tomo de la trilogía, La Daga (la obra completa se llama La Materia Oscura), porque ya voy en la mitad del primero. Es literatura fantástica, como Harry Potter, o sea, de mi total gusto.
Lo leo en el metro (cuando lo permiten quienes comparten mi m2), a la hora de almuerzo en el trabajo y, por supuesto, en casa.
En eso estaba hasta hace un momento, pero me dio frío y tuve que parar para hacer otras cosas y entrar en calor.

Además, me dieron ganas de tomar un tazón de submarino, como los que venden en el Café Abarzúa; pero lo más parecido que encontré en la cocina fue un cacao en polvo del año 2003. No me dio muy buena espina, así que lo boté y me quedé con el antojo de tomar chocolate caliente.
(Hablando de cosas rancias, me llegó un mail al trabajo, pero no sé si es mito urbano o verdad.
Dice que la leche larga vida en caja que no se vende, vuelve a planta para repasteurizarse y ponerse nuevamente en venta. Este proceso se podría repetir hasta cinco veces, pero ya a la cuarta el lácteo en cuestión tiene casi cero valor nutritivo. Para saber si la leche que compramos y, eventualmente, beberemos, es de primer, segundo o quinto proceso basta con ver el poto de la caja, pues está indicado con un número. Yo me fijé y efectivamente vienen marcados con dígitos del 1 al 5. ¿Será verdad lo que dice el mail?).
Retomando el hilo de lo que estaba contando antes, como me quedé con la ganas de mi tazón de chocolate caliente, decidí ponerme a escribir acá, lo que sea, cualquier cosa. Y bueno, está resultado esto.

Más tarde retomaré la lectura, pero no Luces del Norte, sino otro libro que había empezado el lunes anterior: Los Hermanos Karamazov.
No suelo leer dos libros al mismo tiempo (novelas, quiero decir), pero me bajó la onda de ponerme al día en materia cultural. Los Hermanos… estaba hace ya un par de años esperando en mi librero que me decidiera a embarcarme en sus más de 700 páginas (y con letra bien chiquita, debo precisar), pero no me había hecho el ánimo, lo que como ya dije, ocurrió el lunes pasado; y no me arrepiento, porque el relato es genial.
Habría preferido esperar a terminarlo para iniciar Luces… porque de lo contrario siento que el tiempo que le dedico a uno se lo estoy restando al otro. Pero ocurrió que ya había partido con
Los Hermanos… mientras efectuaba la búsqueda de Luces… y el hecho de que en librería que preguntara por este último no lo tuvieran, me fue despertando el apetito por tenerlo y sumergirme en él ¡ya!
Así que en eso están mis días por ahora. Pero en estos momentos no me puedo concentrar en los libros; hace mucho frío y sigo obsesionado con disfrutar de una deliciosa barra de chocolate disuelta en un tazón de leche tibia.

PD: También fui a ver Neva, ¡por fin! Si no han ido, y les gusta el teatro, no pierdan más tiempo y vayan. Es EX-CE-LEN-TE.

sábado, junio 02, 2007

Remembranzas

Si uno enfila sus pasos por esas callejuelas que rodean la Plaza de los Vosgos, devolviéndose hacia el centro de París y el Sena, puede que se encuentre con la Plaza del Mercado de Santa Catalina.
Cuesta ubicarla, porque está como escondida en ese cuasi laberinto urbano que es el Marais, y por lo tanto, lo más probable es que el turista desprevenido llegue ahí simplemente por equivocación, mientras busca algún atajo para retornar a Notre Dame o al Pompidou.
Sin embargo, si le presta un poco de atención y no vuelve a clavar de inmediato la vista en el mapa, mientras acelera el paso retomando el camino, se dará cuenta que está en un espacio sencillo, íntimo me atrevería a decir, y agradablemente acogedor.


La adoquinada plazuela está arropada por esos antiguos edificios de media altura tan típicos de las postales parisinas, que por supuesto, acogen en su primer piso (la rez de chaussee, monsieur Papini) a pintorescos cafés y bistros. La cuota de verde la aportan dos corridas de esbeltos y frondosos árboles, que en esta época del año –imagino- deben estar en todo su esplendor.
Miro por la ventana de mi pieza acá en Santiago y fantaseo que estoy allá, sentado en unas de esas mesitas dispuestas en la calle, con una copa de vino en la mano.
Observo la suave la luz que cae, y me figuro escuchando el lejano murmullo de la gente y la acelerada ciudad, mientras para mí la tarde avanza sin prisa.
Cierro lo ojos, y puedo sentir que no es el licor lo que estoy saboreando, sino ese regalo de tiempo que me he permitido. Ese momento para gozar simplemente el ser y estar.
Savoir-vivre, le dicen los franceses.