El placer por los libros
Hoy acompañé a mi hermano menor a buscar unos libros que necesitaba para el colegio. El iba por mero trámite, pero a mí hay pocas cosas que me gusten más que sumergirme en las librerías, recorrer sus estantes y pasear la vista por los títulos, nombres de autores, portadas... hasta encontrar uno que me llame la atención en forma particular y me despierte las ansias de leer.
No soy un gran lector, aunque sí sobre el promedio. Muchas veces por cansancio dejo un libro a la mitad, otras veces la historia simplemente no me apasiona como yo habría deseado, por lo que la lectura se hace lenta y monótona. Sin embargo, tengo la manía de terminar todo libro que empiezo, aunque eso signifique estar meses con una obra de apenas 300 páginas.
Pero cuando un libro me gusta, soy capaz de olvidar todo lo demás, y devorar la historia. Me pongo a imaginar cómo habría actuado yo en lugar de tal personaje o incluso me figuro ser parte del relato.
Así me lleno de alegría cuando la fortuna premia a mi personaje favorito, celebro las salidas ingeniosas como si fueran dichas por un amigo y me inunda la pena ante los hechos tristes. Un par de veces he terminado arrojando el libro con furia sobre mi cama, molesto al leer que ha ocurrido una injusticia que no tolero o furioso con algún protagonista que ha cometido una estupidez (con lo que quiero a mis libros, tengo que estar muy fuera de mí para reaccionar de esa manera).
De hecho todavía no le perdono a Natasha Rostova que haya traicionado al príncipe Andrei Bolkonski, cuando para mí eran la pareja ideal; su historia era lo que impulsaba a leer Guerra y Paz con avidez. Después ella se redime, paro ya no es lo mismo.
También me gusta que los libros estén en óptimo estado, sin señales de maltrato o fallas de impresión (situación que me puede provocar un desagrado casi físico). Por lo mismo, no soporto comprar textos pirateados.
Una vez adquirí un libro en uno de los kioscos del Parque Almagro; era una edición de bolsillo y se veía nueva. Como estaba envuelta en papel celofán no me preocupé de mirarla con detalle. Cuando llegué a casa y vi que se trataba de una buena copia, el alma se me fue a los pies... perdí todo interés por esa obra.
Hoy acompañé a mi hermano a comprar unos textos escolares, y aunque todavía me quedan por leer algunos libros que traje de España (a precio bastante más económico, por cierto), no resistí la tentación de escudriñar los estantes, hasta encontrar un título especial, que despertara en mí el deseo por leerlo.
No soy un gran lector, aunque sí sobre el promedio. Muchas veces por cansancio dejo un libro a la mitad, otras veces la historia simplemente no me apasiona como yo habría deseado, por lo que la lectura se hace lenta y monótona. Sin embargo, tengo la manía de terminar todo libro que empiezo, aunque eso signifique estar meses con una obra de apenas 300 páginas.
Pero cuando un libro me gusta, soy capaz de olvidar todo lo demás, y devorar la historia. Me pongo a imaginar cómo habría actuado yo en lugar de tal personaje o incluso me figuro ser parte del relato.
Así me lleno de alegría cuando la fortuna premia a mi personaje favorito, celebro las salidas ingeniosas como si fueran dichas por un amigo y me inunda la pena ante los hechos tristes. Un par de veces he terminado arrojando el libro con furia sobre mi cama, molesto al leer que ha ocurrido una injusticia que no tolero o furioso con algún protagonista que ha cometido una estupidez (con lo que quiero a mis libros, tengo que estar muy fuera de mí para reaccionar de esa manera).
De hecho todavía no le perdono a Natasha Rostova que haya traicionado al príncipe Andrei Bolkonski, cuando para mí eran la pareja ideal; su historia era lo que impulsaba a leer Guerra y Paz con avidez. Después ella se redime, paro ya no es lo mismo.
También me gusta que los libros estén en óptimo estado, sin señales de maltrato o fallas de impresión (situación que me puede provocar un desagrado casi físico). Por lo mismo, no soporto comprar textos pirateados.
Una vez adquirí un libro en uno de los kioscos del Parque Almagro; era una edición de bolsillo y se veía nueva. Como estaba envuelta en papel celofán no me preocupé de mirarla con detalle. Cuando llegué a casa y vi que se trataba de una buena copia, el alma se me fue a los pies... perdí todo interés por esa obra.
Hoy acompañé a mi hermano a comprar unos textos escolares, y aunque todavía me quedan por leer algunos libros que traje de España (a precio bastante más económico, por cierto), no resistí la tentación de escudriñar los estantes, hasta encontrar un título especial, que despertara en mí el deseo por leerlo.