Reflexiones post Mendoza
Por motivos laborales esta semana estuve en Mendoza con un grupo de colegas. Fue un viaje interesante, sobro todo porque a pesar de su cercanía, nunca había estado en esa ciudad y la verdad es que me pareció bastante bonita.
Lamentablemente no pude conocer mucho, ya que pasé la mayor parte del tiempo encerrado en seminarios y eventos empresariales. Una pena, porque los días estuvieron con un sol radiante que invitaba a recorrer las plazas y calles atiborradas de frondosos árboles. Este jueves apenas me pude escapar unos minutos para efectuar una visita relámpago al parque San Martín.
Otro punto en contra fue el hecho de viajar con otros compañeros de trabajo, fieles representantes del chileno que se jura canchero y que aprovecha la primera oportunidad alejado de su costilla, para dárselas de macho alfa y echar su canita al aire.
Todos estos días soporté comentarios del tipo “las rajas de las mendocinas son fenomenales”; “¿Viste a esa morena? se pasó la mina pa’ rica” (dicho casi corriéndose una paja) y otras perlas que soy incapaz de repetir, no por moralista, sino porque carezco de ese tono de calentura propio de quien transforma a cualquier mujer en sólo un par de tetas y un culo.
Y por supuesto en las noches surgía el “gran panorama” de ir a un night club. “Ya puh Remusito, pa dónde vamos hoy”, me preguntaban, mientras yo respondía con mi sonrisa más beata.
Por suerte en el trabajo tengo fama de tranquilo y serio (léase fome y pacato), así que no me wevearon mucho. Además, la primera noche me atacó un resfrío fulminante que me tuvo con ataque de tos y fiebre.
Por personalidad y formación me desagrada mucho cuando se trata de esa forma a una mujer y ni siquiera por aparentar participo en ese tipo de comentarios. Prefiero quedarme callado o fingir que estoy distraído.
Sin embargo, si el escenario hubiese sido distinto y estuviera rodeado de amigos gay ¿me complicaría hablar de esa forma refiriéndome a otros hombres? Porque dicho sea de paso, si las mujeres argentinas son espectaculares, los varones no se quedan atrás. En estos días más de una vez me quedé pegado mirando a un tipo y efectuando mentalmente algunos comentarios “apreciativos”, aunque nunca tan burdos como los de mis colegas. Pero en grupo quizá la reacción sería distinta.
¿Me debería considerar un tanto hipócrita?
No lo sé. Apreciar la belleza de otra persona no tiene nada de malo, pero creo que hay un punto en que ya se pasa a la grosería. ¿Dónde está ese límite? ¿Cómo debería actuar para ser consecuente? ¿Con qué derecho critico a otros?
Quizá simplemente me enrollo demasiado con algunos temas. Pero bueno, por algo soy el correcto Remus, siempre tan “educadito”.
Lamentablemente no pude conocer mucho, ya que pasé la mayor parte del tiempo encerrado en seminarios y eventos empresariales. Una pena, porque los días estuvieron con un sol radiante que invitaba a recorrer las plazas y calles atiborradas de frondosos árboles. Este jueves apenas me pude escapar unos minutos para efectuar una visita relámpago al parque San Martín.
Otro punto en contra fue el hecho de viajar con otros compañeros de trabajo, fieles representantes del chileno que se jura canchero y que aprovecha la primera oportunidad alejado de su costilla, para dárselas de macho alfa y echar su canita al aire.
Todos estos días soporté comentarios del tipo “las rajas de las mendocinas son fenomenales”; “¿Viste a esa morena? se pasó la mina pa’ rica” (dicho casi corriéndose una paja) y otras perlas que soy incapaz de repetir, no por moralista, sino porque carezco de ese tono de calentura propio de quien transforma a cualquier mujer en sólo un par de tetas y un culo.
Y por supuesto en las noches surgía el “gran panorama” de ir a un night club. “Ya puh Remusito, pa dónde vamos hoy”, me preguntaban, mientras yo respondía con mi sonrisa más beata.
Por suerte en el trabajo tengo fama de tranquilo y serio (léase fome y pacato), así que no me wevearon mucho. Además, la primera noche me atacó un resfrío fulminante que me tuvo con ataque de tos y fiebre.
Por personalidad y formación me desagrada mucho cuando se trata de esa forma a una mujer y ni siquiera por aparentar participo en ese tipo de comentarios. Prefiero quedarme callado o fingir que estoy distraído.
Sin embargo, si el escenario hubiese sido distinto y estuviera rodeado de amigos gay ¿me complicaría hablar de esa forma refiriéndome a otros hombres? Porque dicho sea de paso, si las mujeres argentinas son espectaculares, los varones no se quedan atrás. En estos días más de una vez me quedé pegado mirando a un tipo y efectuando mentalmente algunos comentarios “apreciativos”, aunque nunca tan burdos como los de mis colegas. Pero en grupo quizá la reacción sería distinta.
¿Me debería considerar un tanto hipócrita?
No lo sé. Apreciar la belleza de otra persona no tiene nada de malo, pero creo que hay un punto en que ya se pasa a la grosería. ¿Dónde está ese límite? ¿Cómo debería actuar para ser consecuente? ¿Con qué derecho critico a otros?
Quizá simplemente me enrollo demasiado con algunos temas. Pero bueno, por algo soy el correcto Remus, siempre tan “educadito”.