Este fin de semana fui a conocer el departamento que se acaban de comprar unos amigos en el centro de Santiago. Es un edificio antiguo, estilo francés, de sólida y elegante construcción, pero con una fachada y áreas comunes que denotan un cierto descuido por parte de sus moradores, a diferencia de lo que se puede ver en otros barrios más de moda, como el Forestal.Pero esa imagen no era nada en comparación con lo que uno podía apreciar al ingresar al apartamento.Realmente un desastre. Un asmático se habría muerto en esa primera visita, por la cantidad de polvo y hongos que se acumulaba en las piezas (¡habitadas hasta hace una semana!).
Y sin embargo, ese nivel abandono no era capaz de ocultar el gran potencial del sitio.
Con amplios espacios (que mis amigos todavía no sabe cómo van a llenar), cuidadas terminaciones, muros de 30 cms, y lleno de esos rincones sorprendentes que suelen tener las construcciones antiguas (como una escalera de servicio oculta que fue mi delicia), bastaba tener un poco imaginación para prever la maravilla en que se podría transformar ese espacio, en manos de alguien que le pusiera cariño (y mucha, mucha plata para reacondicionarlo).
Mientras mis amigos tomaban algunas medidas, yo recorría el lugar imaginando cómo lo transformaría. Por ahora con eso me tengo que conformar.
En eso estábamos cuado apareció uno de los vecinos, que está a cargo de la administración del edificio –justo unos minutos antes mi amiga me había confidenciado, que ese señor, de unos setenta y tantos y que vivía con otro señor un poco menor, era un tanto “fino”-. Pues bien, venía a invitar a que conocieran su hogar, invitación que hizo extensiva a mi persona.
El impacto fue increíble; no había rincón de su departamento (¡de 240 m2!) que no estuviera amoblado con objetos de buen gusto y antigüedades, cuadros y estanterías con libros forrados en piel, alfombras orientales sobre el impecable parqué y finas lámparas de lágrimas en las distintas habitaciones.
Realmente daba gusto ver ese magnífico espacio del Santiago Poniente bien aprovechado, tal como ocurriría en cualquier ciudad europea o en Buenos Aires.
Cuando volvimos al devastado departamento de mis amigos, vi como les brillaban los ojos, ya seguros que pese a las dificultades que tendrán que enfrentar, tomaron la decisión correcta al apostar por ese sitio y soñando en el hogar en el cual lo transformarán.