Aventura en el Vox Populi, y algo más
Noche de sábado, y yo en mi casa sentado frente al computador escribiendo este post, disfrutando de la comodidad del clóset. Sin embargo, en una ocasión, hace casi dos años, también encaminé mis pasos hacia el Santiago rosa. Y esta es la historia de lo que ocurrió.
Corría el año 2003 y en una de mis tantas incursiones al chat –la Tierra Prometida para aquellos gay que prefieren la seguridad que ofrece el anonimato de internet, y que al igual que el Canaán bíblico, requiere soportar una travesía llena de sorpresas e infortunios-, contacté a un tipo con el cual hubo onda (es decir, fuimos más allá del clásico “de dónde eres”, “edad”, “qué buscas”). Me pareció una persona agradable y yo también le debí caer en gracia, el hecho es que intercambiamos msn y seguimos conversando por ese medio un par de veces. Definitivamente se podía sostener una plática con él.
Cumplidas las etapas 1 y 2 del manual del Cortapalos Gay, vino el siguiente paso: intercambio de números de celulares (o móvil, como diría cierto cabro chico hueco), procedimiento que en el fondo no tiene otro objetivo que cachar la voz, ustedes comprenden. ¿Evaluación? Mmm, sí, estaba bien para cánones chilenos (por si no lo sabían, nuestra muy viril raza tiene mala fama en el extranjero por el tono un tanto agudo y delicado que solemos emplear).
El hecho es que congeniamos y acordamos conocernos (sólo eso, ok). Pero ante mi confesión de que yo era novato en las lides de frecuentar “el ambiente” (en otras cosas no era tan novato, pero eso no es de lo que estamos hablando acá), a mi nuevo amigo se le despertó el espíritu samaritano, y se le puso entre ceja y ceja que la salida acordada debía ser a un lugar gay, y nada mejor para partir que el pub Vox Populi.
Yo dije ¡no!, no, quizá... bueno. Había averiguado bastante como para saber que el Vox Populi era el más piola de los sitios gay, prácticamente similar a cualquier local hétero. Y para qué estamos con cosas, tenía curiosidad (no voy a decir que me había picado el bichito, porque suena feo).
En fin, acordamos juntarnos un día sábado en x lugar. El me pasaría a buscar en su auto, porque yo no manejo (ohh, sí, no manejo). Me puse mi tenida más straight y con menos pinta de nerd, y partí nervioso al encuentro.
Varias veces estuve a punto de abortar la misión, pero la descarga de adrenalina ya me tenía prendido. Amigo de chat llegó puntual. Ahí vino el primer choque con la realidad: era bastante más fashion de lo que había señalado; la ropa pasaba, pero los visos en el pelo, pues... (ya sé, no tengo derecho a criticar, cada uno es libre de ser como le dé la gana, pero bueno, estoy hablando de lo que fue mi impresión).
Pero como el objetivo de la noche era conocer un lugar del Santiago rosa, di el vamos al asunto. Así nos encaminamos hacia los faldeos del cerro San Cristóbal, y a medida que nos acercábamos yo adoptaba una actitud más de estatua de cera, ni me atrevía a mirar por la ventana del auto. Sentía que todo el mundo en Bellavista tenía claro cuál era nuestro destino.
Mi samaritano amigo, entre tanto, me iba indicando otros sitios del “ambiente” frente a los cuales pasábamos. Y yo, “ah, sí, que interesante”.
Finalmente llegamos a nuestro objetivo: una casa típica de ese sector capitalino, sin mucho movimiento en la calle, nada de luces... piola. Recurriendo a todas mi pobres dotes actorales traté de parecer lo más relajado posible, no sólo frente a mi amigo de chat, sino ante cualquier otro desconocido. Mi actitud era: “soy un hombre straight que sólo viene acá con un amigo” (a veces puedo ser tan ingenuo).
Entramos al pub, y ¡oh sorpresa! no se abalanzaron sobre mí hombres tratando de tocarme, ni se dio vuelta todo el mundo con mirada acusadora, ni nada por el estilo; fue como entrar a cualquier otro pub.
Observé el lugar con la mayor detención que pude, evitando mirar los rostros de las personas. Nos sentamos en la primera sala, en una mesa arrimada a la esquina. De inmediato tomé el puesto más de espalda a la entrada. Había sobrevivido el primer impacto, ahora tenía que relajarme; al comprobar que no había ningún rostro conocido pude respirar más tranquilo, aunque cada vez que se abría la puerta del local mi corazón daba un brinco.
Amigo de chat pidió un trago, yo mi tradicional cerveza Corona, y empezamos a conversar de todos los temas típicos entre dos personas que no se conocen.
Ya con más calma, fijé mi atención en el local, sobre todo en la simpática decoración de las mesas, je. En cuanto a la concurrencia, un grupo de amigos en el puesto más cercano; un hombre maduro con pinta de extranjero junto a un joven chileno en el otro extremo; nada especial. En una ida al baño aproveché de mirar las otras áreas y el patio. Debo confesar que lo único que llamó mi atención durante la velada fue un tipo solitario sentado en la barra (very nice).
Así pasaron cerca de dos horas, al final de cuentas una aventura más tranquila que cualquiera de las salidas con mis amigos.
Dejamos el Vox Populi y enfilamos por Bombero Núñez, a esa hora el sector de Chile con más concentración de homosexuales por metro cuadrado, ni falta hace que lo diga. De hecho, nos costó pasar frente al Bunker. No pude evitar fijarme que el cuidador de autos saludó de lo más amigo a mi guía gay (¡Ah ya! -pensé yo-, ¿no me había dicho que también era bajo perfil?).
La aventura nocturna por Santiago prosiguió con un rápido recorrido en auto por otros sitios de la fauna, como la disco Fausto y la plaza India. De ese modo se acercaba a su fin mi primera y hasta ahora única aventura a un sitio gay... pero la noche todavía no terminaba.
Después de haber pasado más de dos horas juntos sin ninguna señal de interés mutuo, de improviso el guía gay deja caer su mano en mi pierna y pregunta si estoy interesado en seguir disfrutando de la noche, pero ya en forma más íntima. Ahggg.
Debí haber dicho en seguida que no, pero a veces soy muy weon. Tienen que entender, yo era nuevito en el asunto, él se había portado bien conmigo, y soy re malo para ofender a las personas. Además, si bien él no me gustaba, mi lado más primitivo –Cromagnonsito- estaba más que excitado con esta primera salida del clóset y andaba con todas las ganas de proseguir el carrete. Así que dije que bueno.
Partimos a su departamento. A cada minuto que pasaba crecía en mí el sentimiento que eso era un error, pero no sabía cómo librarme del lío en que me había metido. Una vez en su depto él empezó a preparar todo, mientras yo me sentía como María Antonieta a la espera de la guillotina.
Se acercó a mí, me dio un beso en la boca y me acarició. No lo soporté más, todo el cuerpo se me transformó en hielo, lo aparté y le confesé que no quería seguir. Yo estaba más acelerado que conejito Duracell con pilas nuevas, lo único que quería era salir de ahí ¡ya! El me dijo que me tranquilizara, que todo estaba bien, con lo cual más vergüenza me daba.
Incluso se ofreció a llevarme a casa, pero yo sólo quería alejarme lo más pronto posible. Al final me fui casi corriendo.
Me comporté como un idiota, fui todo un idiota, y lo sabía, pero también fue una lección importante. En todo caso, esa aventura mató cualquier idea de volver al mundo gay por mucho tiempo.